Este domingo, el estadio de Peñarol se transformó en un lugar de recogimiento y homenaje. Allí, entre silencios profundos y miradas al cielo, el club y su gente despidieron a Ronaldo Arias, el joven futbolista de 19 años que se fue demasiado pronto, dejando una huella imborrable en el fútbol sanjuanino. El clima era de congoja. Minutos antes del duelo ante Colón, los jugadores de Peñarol se reunieron en el campo de juego para brindarle un tributo cargado de emoción. El minuto de silencio no fue un acto más: fue un instante de comunión, en el que todos (plantel, cuerpo técnico e hinchas) se unieron en el recuerdo del joven que ya no está. En el banco de suplentes, una imagen suya, su camiseta y una bandera con su nombre ocuparon el lugar que solía tener en vida. Allí, su presencia simbólica lo hizo eterno en el corazón del club. Desde las tribunas, el respeto se impuso al aliento. No hubo cánticos, solo aplausos sostenidos y sentidos, como una caricia colectiva a la memoria de un chico que había dejado su marca no solo en Peñarol, sino también en San Martín, Del Bono y Deportivo Rincón. La repentina muerte de Ronaldo por un paro cardíaco conmovió a toda la comunidad futbolera. Un desenlace que dejó dolor y preguntas sin respuesta, pero también un ejemplo de unidad y cariño en la despedida que le brindaron. Con ese homenaje, Peñarol no solo honró a un jugador, sino a un pibe querido, valorado y recordado. Entre lágrimas, aplausos y respeto, Ronaldo Arias se fue como lo que fue para muchos: un campeón de la vida.