Viernes 29.03.2024
Actualizado hace 10min.

Siguen las protestas en París: 224 personas detenidas y 92 heridos

Según las autoridades, participaron 75.000 manifestantes en toda Francia, donde salvo en Nantes, las manifestaciones fueron pacíficas.

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Tercer fin de semana de cólera de los “Chalecos Amarillos” en Francia. Ante el asombro de los parisinos por una violencia inédita y cuando caía la noche del sábado, diferentes barrios en París ardían todavía en un caos general. El gobierno del presidente Emmanuel Macron no encuentra un camino de diálogo para resolver la peor crisis política de su gobierno y el jefe de Estado no regresó anticipadamente de la cumbre del G20 en Argentina. El grupo de manifestantes que rechazan el alza de impuestos a los combustibles, amorfo y organizado por las redes sociales, expresa además a amplias franjas de una clase media empobrecida.

El Arco del Triunfo tomado por asalto, la avenida de los Campos Elíseos, la avenue Foch, Kleber y Friedland, la plaza de la Opera, la Vêndome, sus calles más elegantes, sus vehículos más sofisticados, los bancos, algunos de sus boutiques más lujosas, y muchos edificios, todos sufrieron incendios o eran atacados por vándalos o “casseurs”, en un día en que la cólera de una clase media disminuida se metaforseó y fue confiscada en una insurrección inmanejable, violenta y sin diálogo.

Una situación prerrevolucionaria, extremadamente peligrosa para una Francia que ha perdido la paciencia, con una clase media que no puede vivir con 1300 euros por mes frente a los impuestos de la “transición ecológica” y que enfrenta las elecciones europeas en mayo. Los “Chalecos Amarillos” exigen la dimisión de Emmanuel Macron.

Los protagonistas de esta violencia sin par no fueron los Chalecos. También había expertos en guerrilla urbana, que confrontaban en pequeños grupos contra la policía y se desplazaban rápidamente a otros barrios. El fuego y la violencia recordaba la rebelión social de 2005 en los suburbios parisinos.

La avenue Kleber, donde se encuentran embajadas y bancos, entre Trocadero y el Arco del Triunfo, es el espejo de la bronca: fue devastada y robada, incendiaron sus automóviles, robaron sus boutiques, bancos y hoteles, destrozaron sus bares y quemaron todo. La rue de Rivoli es otra de las más afectadas y piden a los vecinos precaución para salir, mientras la capital es un concierto de sirenas. La Galerie Lafayette y Printemps fueron evacuadas por razones de seguridad. Inédito en París. Grupos de ultraizquierda y de ultraderecha, usurpando el chaleco amarillo de protesta, actúan, se dividen, roban, rompen y se vuelven a organizar en otro barrio.

Al menos hay fueron 224 personas detenidas y había anoche 92 heridos en París, entre ellos, 25 miembros de las fuerzas de seguridad. Según las autoridades, participaron 75.000 manifestantes en toda Francia, donde salvo en Nantes, las manifestaciones fueron pacíficas.

La tercera marcha de los Chalecos Amarillos se transformó en una pesadilla para sus protagonistas, que buscan diferenciarse con sus reivindicaciones de la violencia de los “casseurs”. El problema es cómo.

Cuando los “Chalecos Amarillos” iniciaban su tercera marcha en Paris, autoconvocada por las redes sociales y se habían autorizado concentraciones en la plaza de la Bastilla y República, los vándalos les ganaron de mano. Con martillos, hachas y caras cubiertas, forzaron la entrada a las 8.45 de la mañana en la avenida de los Campos Elíseos y comenzaron una batalla campal con la policía que duró todo el día. A pocos metros, pacíficamente, unos 300 Chalecos Amarillos marchaban y reclamaban la dimisión de Macron. Pero eran dos clases de cólera: una republicana y otra insurreccional, una rebelión de odio.

“Nosotros estamos en tren de recuperar el orden”, dijo el secretario de estado Laurent Núñez en la noche del sábado, ante el asombro de la opinión pública. El funcionario separó a los “casseurs” de los “Chalecos Amarillos” exasperados. Pero se olvidó de decir que el gobierno debe encontrar una solución a un país fraccionado, con cólera profunda, que ya no cree en la clase política. Nadie escucha al otro.

Si bien la policía había conseguido controlar la situación después del mediodía, cuando la luz comenzó a bajar el caos aumentó en toda la ciudad, especialmente en la rue de Rivoli y Bastilla. Los incendios se multiplicaron en la Avenue Kleber y aparecieron jóvenes armados con armas de fuego y cuchillos que están en los alrededores de la ciudad en acción. La muy chic Plaza de Trocadero fue copada y destruida.

Escenas de caos en la avenida Raymond Poincaré, en el barrio XVI, donde los autos fueron dados vueltas e incendiados, las boutiques robadas y no había un solo policía en el lugar. Antes los “casseurs” hicieron caer una barrera metálica en un edificio con jardín sobre la plaza de la Etoile, entre la avenida Kleber y Victor Hugo, rompieron los vidrios y entraron. La avenida Foch fue la próxima, donde se encuentra la residencia diplomática del embajador argentino.

El ex presidente socialista Francois Hollande condenó con toda su fuerza “la violencia inadmisible, intolerable, incalificable”. Marine Le Pen, líder del ahora rebautizado Rassemblement National, llamó “a los Chalecos Amarillos a abandonar el lugar y permitir el trabajo de las fuerzas de seguridad. Pero exigió a Macron a “recibir a los jefes de partido de la oposición a su regreso de Argentina”.

“Nosotros estamos abiertos al diálogo con aquellos que sinceramente están dispuestos al diálogo”, dijo Benjamín Griveaux, portavoz del gobierno. Por primera vez, el gobierno anuncia que va a “dialogar”. Significa, de alguna manera, ceder a las reivindicaciones, que hasta ahora han sido ignoradas por Macron.

Pero Macron y su primer ministro se encuentran bajo fuertes críticas porque este fenómeno lleva tres semanas y no han conseguido elaborar un mecanismo de comunicación y escucha con los manifestantes ni encontrar un camino para calmarlos. Una señal clara, política es indispensable por parte del presidente.

“Yo no soy violenta, soy profesora jubilada. Este gobierno no escucha, están aislados en su torre de Marfil. Lo grave es que no saben lo que nos pasa y hasta dónde esta rabia crece. Van a perder toda la confianza de la gente porque no escuchan ni respetan”, dijo Amelie, una profesora de la Picardie, refugiada en la avenida Marceau de los gases lacrimógenos. Pierre, agricultor, la acompaña: “No entienden que nosotros no podemos vivir más con nuestro sueldo. Hay un empobrecimiento generalizado”.

El extraño affaire Benalla y sus consecuencias, las frases arrogantes presidenciales para comunicar con sus electores, las reformas que no llegan han ido aislando a Macron de su base electoral y la esperanza de un cambio. El temor es hasta dónde esta movilización popular amorfa, sin base política declarada, puede debilitar a Macron y a una mayoría parlamentaria, sin experiencia pero inquieta. La solución la tiene Macron y la política y no la policía antimotines.

Cuando la petición contra el alza de precios de los carburantes supera el millón de firmas, es evidente que las razones de esta movilización han superado sus orígenes. Representan hoy ese “histórico malestar francés”, que sintetiza años de fractura social, desempleo, los impuestos más altos de Europa, un Estado irreformable, imposibilidad de contratar de los pequeños comerciantes y “entrepeneurs” por las cargas patronales y un estado de dependencia de los desempleados por parte del Estado, que facilita más no trabajar que conseguir un empleo con su pesada burocracia.

“Francia está harta. Esto es como otro Mayo del ‘68 para los que lo vivimos o como la III República para los mayores. Si Macron no toma el toro por las astas, si no resuelve con inmediatas reformas, con menos impuestos y no con otra reunión dentro de tres meses, el pueblo entero va a salir a la calle y lo van a tirar del gobierno. Yo nunca he visto tanto hartazgo en jóvenes, en viejos, en la gente que lo votó. Creáme: el país está en pie de guerra y el gobierno no se da cuenta. No nos escucha”, sintetiza Richard, un florista, frente a la Prefectura de la policía de París, que no puede contratar un ayudante a causa de las cargas sociales que imponen.

FUENTE: Clarín